DÍA DE LA MUJER: hacia la cultura del encuentro y la inclusión.

julio millan medina

Julio Millán Medina

Es verdad que nuestra sociedad ha inventado días para todo, seguramente para realzar o llamar la atención sobre asuntos concretos o temas específicos. El otro día vi por algún sitio que hasta el pistacho tiene su día, y la mariposa… etc.

El día de la mujer tiene otra relevancia y otra importancia no comparable con respecto a otras celebraciones, sin menospreciar ninguna, pero es sobre todo una fecha de recuerdo y reconocimiento a las luchadoras de siempre, a la vez que de reivindicación y toma de conciencia por lo mucho que queda por hacer. Como no recordar a mujeres de la talla de Clara Campoamor, defensora de los derechos de las mujeres o Concepción Arenal, que tuvo que disfrazarse para poder estudiar derecho o, en otra dimensión, Malala, activista paquistaní y luchadora sin descanso y siempre en peligro, contra un régimen totalitario y tantas otras mujeres, tal vez calladas y en el anonimato, pero trabajando por la igualdad y los derechos fundamentales. Ojala no se quede en un estereotipo vacío de contenido y en mucho postureo. No basta con encabezar con pancarta en mano, eso también hay que hacerlo, pero el día a día de trabajo conquistando igualdades es aún más fundamental.

Muchas vidas se han quedado en el camino por conseguir derechos.

Creo que, hoy más que nunca, hemos de reconocer muchas conquistas logradas y otras por lograr: brecha salarial, trata de personas, explotación sexual, violencia machista…  pobrezas con nombre de mujer. Por ello es necesario apostar decididamente por la cultura del encuentro, de la escucha y del respeto mutuo para seguir luchando contra todo tipo de exclusión y en concreto por la exclusión femenina, todavía tan normal entre nosotros, aunque a veces sean las mismas mujeres o algunas de ellas que no ven la necesidad de ahondar tanto en este tema y hay quienes piensan que tanto se está apoyando a la mujer que se está excluyendo al hombre y al final va a ser el hombre el excluido. No creo que esto sea un hecho salvo excepciones.

Y esto que decimos de la sociedad en general, lo decimos también de la Iglesia y de los hombres y mujeres creyentes que deberían dar testimonio de esto que decimos, en base al menos a la fe en “un tal Jesús” modelo en quien fijarse y seguir sus pasos. Creer en Jesús no me aleja del mundo, sino que me compromete aún más, porque él mismo nos habló de que hay que “estar en el mundo” aunque no compartamos muchas cosas de esta sociedad y ahí ser “fermento y levadura”. Los cambios no vienen solos, y no vale quejarse si uno no se compromete a “arrimar el hombro” y empezar por uno mismo.

Cuánto tendríamos que aprender de las primeras seguidoras de Jesús, mujeres galileas liberadas de toda dependencia patriarcal. Mientras su sociedad la limitaba al sometimiento al varón y no salir de la casa, muchas de ellas, motivadas por el mismo Jesús, las acompañaron en el camino de su proyecto de reino de igualdad y fraternidad, hasta el final, mientras muchos varones huyeron.  El movimiento de Jesús no solo era un colectivo igualitario de seguidores y seguidoras sin discriminación por razones de sexo, sino que recuperó a las mujeres en su dignidad, su ciudadanía y su libertad que les negaba el Imperio romano y la religión judía.

Las mujeres fueron las primeras que vivieron la experiencia profunda de la resurrección, aliento y fuerza de Dios vivo, mientras que los varones se mostraron incrédulos al principio. Tal vez, quién sabe, sin las mujeres no existiría el cristianismo o quizá no se habría expandido como lo hizo.

Muchos deberían aprender a leer la Biblia desde la página de la Magdalena que amó mucho y se le perdonó mucho y fue una gran emprendedora de convencimiento inclusivo entre hombres y mujeres y pionera seguramente en feminismo. Mientras sus ciudadanos la condenaban, Jesús vio en ella, algo más que su pecado y la recuperó por encima de todo como persona con todos sus derechos. Porque a Jesús le interesan sobre todo las personas no su pecado. Ella fue la primera testigo y transmisora de la fe en Jesús después de la resurrección. Y eso lo decidió Jesús que prefirió aparecerse a ellas antes que a ellos y que fueran a contárselo a sus compañeros.

Buena nota han tomado de ello el movimiento de mujeres en la Iglesia que cada año vive un proceso imparable; este año con el lema “Hasta que la igualdad se haga costumbre en la iglesia” saldrán a la calle en más de 24 diócesis de España, sobre todo para visibilizar y reparar a las víctimas de abusos y con la esperanza de construir una nueva Iglesia Sinodal. Ojalá nos creyéramos  de verdad que la igualdad es posible y que para escalar el cielo no tengo que dejar hundido en la orilla de la vida a nadie.

Se nos olvida que la vida ha sido regalo y no pertenencia, y un día nos iremos tal cual como vinimos, y que la mejor herencia habrá sido “dejar un mundo mejor de lo que lo encontré”.

Julio Millán Medina. Sacerdote y presidente de Edad Dorada Andalucía

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