El fin de los tiempos… ¿huir de la realidad?
DOMINGO 33 T.O.
LUCAS 21, 5-19
Para nuestra iglesia, el año litúrgico no termina el 31 de diciembre, sino a finales de noviembre con la finalidad de reservar cuatro domingos antes del 25 de diciembre para celebrar el Adviento.
Por eso el tema de las lecturas de este domingo, cercano ya al adviento es sobre “el final de los tiempos”, el “final del mundo”, que a nosotros poco nos interesa porque lo mas probable es que no estemos aquí para esa fecha. Lo que si nos interesa es el final de nuestro propio tiempo y como debemos aprender a vivir con esa perspectiva.
En la época de Jesús hay una mentalidad muy extendida que consideraba inminente el fin del mundo y los ciudadanos de ese tiempo lo que querían saber es el tiempo exacto y que señales habrá para saber que está cerca el final. Por eso le preguntan a Jesús: “¿Cuando va a ser eso’ y ¿cual será la señal de que todo eso sucederá?”.
Para esa mentalidad apocalíptica cualquier acontecimiento trágico sobre todo si era de grande proporciones, anunciaba el fin del mundo. Por eso, cuando los discípulos oyen anunciar la destrucción de Jerusalén, de momento piensan, “ya está aquí el fin del mundo”.
¿Qué dice el evangelio? “Cuando oigáis noticias de guerras y revoluciones no tengáis miedo. Es necesario que eso ocurra primero”. Habrá otras señales: “epidemias y hambre”, y en el cielo: “signos espantosos”. Pero antes de todo eso ocurrirán otras señales a nivel personal: persecuciones, juicios, cárcel, incluso traición de la misma familia. Y algo que llama la atención: “asi tendréis ocasión de dar testimonio”. Da como por hecho que ser cristiano y tener dificultades van de la mano. Y por último el evangelio alienta a la confianza y a la esperanza: ”ni un pelo de vuestra cabeza se caerá . Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras vidas”. Dios está detrás y El no abandona.
Y uno se plantea, ¿con lo que estamos viviendo de cambio climático, abuso y maltrato de la tierra, por el egoísmo de unos pocos, catástrofes naturales… ¿no serán todo ello signos de algo? ¿Tenemos algo que hacer mientras estamos aquí o nos cruzamos de brazos? Si nos han entregado el mundo y la vida mejor de lo que está ahora, ¿no seremos capaces de dejarlo mejor a las generaciones futuras? ¿O creemos de verdad que esto acaba aquí y el que venga detrás que se busque la vida?
Cuando sucedió lo del volcán de la Palma hubo experiencias de tener que abandonar rápidamente la propia casa o tenían el peligro de quedarse enterrados en ceniza y a muchos solo les dio tiempo a coger lo más urgente y salir corriendo. Esas imágenes despertaron en muchos la pregunta: ¿qué me llevaría yo si tuviera que abandonar todo lo mio con urgencia?
El evangelio de hoy tiene una frase que dice: “no quedará piedra sobre piedra, todo será destruido”. ¿Cómo interpretar todo ese lenguaje amenazador?. Lo que no se nos puede olvidar es que venimos a este mundo con “fecha de caducidad”. Incluso hay muchas imágenes bíblicas que lo repiten continuamente: la vida humana es una sombra que se alarga, una flor del campo rozada por el viento, un correo veloz, un pájaro que vuela sin dejar vestigio de su paso, huéspedes de una noche… es decir somos extranjeros y viajeros y es imposible esquivar esa realidad y vivir preocupados en tener, acumular… sabiendo que cualquier momento es bueno.
¿Qué pasará mañana, es decir después de la muerte? ¿Nos pedirán cuentas?
Hay quienes dicen: “es muy saludable actuar sabiendo que esta vida se va acabar y que no sabemos cuando, y debiéramos tener una actitud que nos urge a vivir con más intensidad y a no darnos tanta importancia, a ser menos egoístas y tratar de mejorar nuestra relación con los demás”. Por eso los apegos a las cosas son una gran necedad, no llevaremos camión de la mudanza. Es mejor ir ligeros de equipaje.
Mientras tanto ser personas de paciencia y esperanza: mantenerse firmes ante las dificultades, con la paciencia necesaria para nuestros días. Con la actitud Serena de quien cree en Dios que alienta y conduce la historia con ternura y amor compasivo.
Nuestra tarea es sembrar y tener esperanza. Y nunca olvidar o al menos plantearnos: «¿qué tiene más realidad, las cosas materiales del mundo o la vida sentida y vivida con intensidad?» Es verdad que todo se perderá, pero hay más realidad en un encuentro amistoso y sincero que en las torres de Madrid.
La persona paciente lucha y combate cada día, precisamente porque vive animada por la esperanza en el Dios vivo.