¿Qué pasa con el más allá?

Domingo XXXII del Tiempo ordinario

LUCAS 20, 27-38

El pueblo de Israel no tuvo una idea clara de la resurrección. Mas bien estaban convencidos de que las personas morían y bajaban al Sheol lugar tétrico y de Purificación, y allí acababa todo. A partir del siglo II, según nos cuenta el libro de Daniel y Macabeos, empiezan los testimonios más claros de la fe en la resurrección. Entonces cada movimiento social y religioso tenía sus propias convicciones.

HAY quienes se toman la Resurrección a broma: los saduceos.

Eran la clase alta, rica y aristocrática a la que también pertenecían los sumos sacerdotes. La élite de Jerusalén. Estos no creían en la resurrección mas bien les parece un asunto ingenuo y discuten el tema con Jesús, además plateando un ejemplo que no tiene ni pies ni cabeza, por irreal. Ellos no necesitan esperar otra vida porque aquí están “en la gloria” llenos de privilegios y riquezas. ¡Para qué quieren ellos otra vida!

Los saduceos no gozan de popularidad entre la gente, no son bien vistos, entre otras cosas, porque son cómplices del poder romano y están lejos de los sentimientos del pueblo sencillo.

Se acercan a Jesús para ridiculizar la fe en la resurrección, y para ello les presentan un caso irreal y lleno de fantasía. Hablan de siete hermanos que se han casado sucesivamente con la misma mujer para asegurar la continuidad del nombre, el honor y la herencia de aquellas familias poderosas de Jerusalén. Como se han ido muriendo los maridos, uno a uno, la pregunta malintencionada es ¿de quién será luego su marido en la otra vida?

Jesús critica su visión de la resurrección. Es ridículo pensar que la otra vida junto a Dios vaya a consistir en reproducir y prologar la situación de esta vida y en perpetuar las desigualdades e injusticias de este mundo. O, como mucha gente piensa, que en la otra vida, o más allá veremos a nuestros seres queridos con los mismos ojos de ahora, o abrazarlos como ahora o dialogar y contarnos cómo nos has ido con el mismo lenguaje de ahora. Esto sería pensar como los saduceos.

A lo largo de todo el evangelio, Jesús manifiesta una certeza absoluta sobre la realidad de otra vida después de la muerte. Lo que pasa es que pensar y hablar del más allá es imposible y atrevido, y a lo sumo nos lo podemos imaginar o sencillamente creer por la fe. Pero lo racional es aceptar que no sabemos nada, más allá de lo que nos dicen los evangelios y nos lo ponen en boca de Jesús: “me voy a prepararos sitio, para que donde yo estoy estéis también vosotros”. “Yo soy la resurrección y la vida…”.

Lo que pasa es que todos queremos ser eternos y nos cuesta despegarnos de aquí. En todo caso si somos coherentes no podemos aspirar a un más allá maravilloso mientras seguimos aquí haciendo de la tierra un infierno.

Por eso, más que el más allá, nos debe preocupar el más acá. ¿Te preocupa lo que será de ti después de la muerte? ¿Te ha preocupado alguna vez lo que eras antes de nacer?. No vale decir que no eras nada, porque eso equivale a decir que después de morir no serás nada. La eternidad es un instante que está más allá del tiempo.

En todo caso lo que nos debe preocupar hoy es dar lo mejor, dejar esto mejor que lo hemos encontrado y consumirnos en favor de los demás porque eso es, al fin y al cabo, lo que da sentido a todo. ¿Y acaso eso no es lo que celebramos en cada Eucaristía? Las certezas se las dejamos a Dios que con su bondad lo hará mejor que nosotros.