¿Es posible celebrar la Semana Santa de otra manera?
REFLEXIÓN AL COMENZAR LA SEMANA GRANDE DE LOS CRISTIANOS
Quienes tenemos una fe más o menos crítica, una fe que no quiere dejar de ser de personas de hoy, nos preguntamos, ¿hay otra forma de acoger y celebrar la Semana Santa?
¿Qué sienten, qué sentimos ante la Semana Santa muchos creyentes de hoy?
Ciertamente plantearnos esto en Andalucía, suena a estar “fuera de tiesto”, a no valorar nuestras tradiciones, a ir contra corriente, a no sentir las religiosidad popular tan bonita y entrañable, etc. Pero muchos creyentes sentimos que cuando la religiosidad se convierte en asunto cultural, turístico y declarada de “interés turístico”, como reclamo económico, la fe se queda en segundo lugar.
A mi todas esas razones me pueden parecer válidas y no pretendo ir en contra de nada ni de nadie. Pero, para un creyente en Jesús que quiere celebrar el sentido auténtico de la muerte y Resurrección de Jesús, le puede gustar toda esa expresión plástica y catequética, pero siempre será insuficiente. Esa es una manera de vivir la fe, pero no la única; otros muchos además celebran la cena del Señor, el sentido liberador de la muerte y la resurrección y hasta la necesidad de ser “cireneos” de la vida ayudando a llevar tantas cruces de tantos hermanos a quien hemos crucificado antes de tiempo. Un creyente necesita interiorizar sus vivencias recordando lo que Jesús nos dejó y lo que supuso su muerte. Y cuando se realza tanto lo estético, y me quedo solo en eso, lo demás que es lo esencial queda opacado en segundo lugar, y se diluyen las consecuencia que ello tiene para mi vida, y me quedo en lo fácil, sentimental, en “al cielo con ella o en dedicar una levantá” y ciertamente mi fe va por otros derroteros. Y no digamos ya si al tiempo le da por llover, los llantos y lágrimas que envuelven la escena.
De igual manera, muchos adultos cristianos, se sienten mal cuando en semana santa entran en una celebración y escuchan una predicación basada solo y exclusivamente en torno al tema de la Redención, y al pecado original que hemos heredado sin venir a cuento, y es ahí donde uno se pregunta: ¿qué tengo yo que ver con el pecado original o qué culpa tengo yo del pecado de Adán y Eva? ¿Por qué tengo yo la culpa de la muerte de Jesús o por qué ha muerto por mis pecados?
Ahora resulta que “aquel hombre creado por Dios y en segundo lugar la mujer, con papel de tentadora, convenció al varón para comer juntos de la fruta prohibida por Dios, lo cual acarreó aquella debacle del plan De Dios, que se vino abajo y hubo que esperar hasta ser sustituido por un nuevo plan, el plan de la Redención, para redimir al ser humano que cayó en desgracia desde que cometió aquel pecado y que ofendió tanto a Dios.
Ello exigió la venida al mundo De Dios mediante la Encarnación en su Hijo y así asumir nuestra representación jurídica ante Dios y “pagar por nosotros a Dios una reparación adecuada por semejante ofensa cometida”. Por eso Jesús tuvo que sufrir mucho y con su muerte “reparar” aquella ofensa y asi redimir a la humanidad, consiguiendo el perdón De Dios. Y eso lo seguimos predicando hoy, por más que suene a teología rancia.
Esta teología responde a una época muy concreta y a un pensamiento muy concreto. Fue san Anselmo de Canterbury en la Edad Media quien construyó una forma de explicarse a sí mismo el sentido de la muerte de Jesús. Y esta mentalidad ha permanecido hasta nuestros días.
Tampoco responde a la realidad la representación de la Pasión del Señor al estilo de las películas de Mel Gibson con el Cristo sangrante que tanto impacta.
La tesis del pecado original hoy no se mantiene. Adán (hecho de la tierra) y Eva, (vitalidad, madre de los creyentes) no han sido personajes históricos, sino símbolos de cada ser humano, para decirnos que los seres humanos no hemos sabido manejar la libertad que nos regaló Dios.
La muerte de Jesús no fue exigida, ni programada ni querida por Dios, para redimir al mundo. Dios no necesita sangre para perdonarnos. Dios es misericordia y amor. Por tanto, es una muerte vinculada a su predicación y a su vida. Jesús muere porque estorba a quienes habían hecho de la religión un negocio. Su muerte es consecuencia de su vida.
El nos enseñó que el amor es más importante que la vida biológica, y por eso llegó hasta el final. Y en ese caminar ser grano en el surco de la vida que se entierra y pudre para dar mucho fruto.
Una muerte que ha sido liberadora, en el sentido que me compromete a vivir su estilo, a no ser portador de muerte sino de vida. Jesús fue vida entregada por amor a su gente y su vida le costó la muerte, para seguir viviendo de otra manera.
Yo creo que otra Semana Santa es posible, no solo la de la calle, bandas y flores costosas. Hay otra semana santa que es la del corazón que me recuerda que Alguien murió porque “partió su vida y la derramó con tanto amor” para enseñarme el camino de “haced vosotros lo mismo”. Jesús es consciente de que su vida va a acabar como acabó y que su muerte no es fruto de la imprudencia o la imprevisión. Hay una vida de entrega que a muchos no les gusta y por eso es evidente la injusticia con que le tratan y la culpabilidad de las autoridades judías. Al final los más religiosos le dan la espalda y son los paganos los que perciben la inocencia y la dignidad de Jesús como es el caso del centurión que lo reconoce en la cruz y la misma mujer de Pilatos.
Lo que hace cristianos es seguir a Jesús. Comprometerse como él a humanizar la vida y poner verdad donde no la hay, justicia donde no la hay, compasión donde hay dureza. Eso se llama coger la cruz y seguir… y, desde ahí, hacer un mundo más humano, una iglesia más fiel y coherente al estilo de Jesús y eso a veces no es facil.