¡Nosotros esperábamos…! Emaús. Domingo 3º de Pascua
TERCER DOMINGO DE PASCUA
LUCAS 24, 13-35
No hay peor cosa que el pesimismo, la desesperanza que nos hace abandonar todo y además con la sensación de fracaso. El relato nos viene a contar: “dos discípulos de Jesús regresan a sus casas hundidos por que no esperaban la muerte de Jesús y se sienten fracasados y resulta que, por el camino, viven una experiencia de encuentro porque Jesús se les acerca, camina con ellos y al final compartiendo la palabra, el pan y la vida lo reconocen, cosa que no ha sido posible en Jerusalén”.
Lucas nos narra en su evangelio una experiencia cuando nos habla de los discípulos de Emaús, donde nos quiere enseñar la vivencia tan profunda de encuentro de los primeros seguidores con Jesús. Lucas no nos quiere dar noticias de acontecimientos sino lo que le pasa a cualquier creyente en su día a día. Este relato nos vale para analizarnos nosotros y analizar la realidad en la que vivimos.
Hay una palabra clave para entender esto. “Esperábamos”… que fuera el liberador de Israel y que cambiara la situación de pies a cabeza. Ellos sienten decepción, desengaño por su muerte y quieren pasar página y rehacer sus vidas, pero muy a pesar suyo llevan a Jesús en su corazón. Ciertamente la muerte les destrozó pero aquello no había terminado, muy al contrario, el rescoldo que quedaba en el corazón terminó prendiendo otra vez fuego en sus vidas. Esa experiencia de presencia fue más fuerte que todas las evidencias tangibles. Pasaron del desencanto al entusiasmo. Sentían a Jesús más vivo que nunca, más adentro y cercano que nunca, aunque no lo vieran con los ojos de la cara. Los sentidos ya no sirven para reconocer a Jesús.
En este relato no es Jesús el que cambia para que le reconozcan, él solo camina con ellos y se mete en sus vidas, se acerca, se hace el encontradizo; son los ojos y la forma de mirar con ojos nuevos lo que les hace reconocerle. Lo importante es descubrir dónde se hace presente Jesús y dónde le podemos reconocer. Y descubriremos que tal vez le hemos buscado donde no estaba o esperábamos de él lo que él no es.
Tenemos una religiosidad demasiado apoyada en lo externo y por ahí no es fácil encontrar a Jesús: a Jesús no lo vamos a encontrar ni en el templo, ni en los rezos, ni en los ritos ni en las procesiones, sino en la vida real, en la relación con los demás, en el codo a codo de cada día y en lo profundo de corazón.
Eso queda patente en el relato de hoy: Lucas expresa con este relato la vivencia espiritual que ellos sintieron y que hizo posible este relato. La clave no está en la letra sino en la vivencia. Dios habla desde el corazón de cada uno.
Vivencia que se refuerza cuando parten el pan y cuando la comunidad está reunida. Sólo la experiencia compartida me da seguridad de que es auténtica esa presencia. Los seres humanos nos desarrollamos en la relación con los demás.
Esto aplicado a nuestra vida hoy nos ayuda mucho a descubrir dónde estamos, cómo estamos y que nos está pasando. Muchos creen tener a Jesús desde la primera comunión pero ha sido un conocimiento de catecismo y no se han encontrado de verdad con El ni lo sienten como compañero de camino. Otros andan desencantados con todo: “esperábamos que la Iglesia… esperábamos que el obispo… esperábamos que el Papa…
Muchos desencantados y cansados han decidido escapar a Emaús y casi ninguno ha vuelto: la misa no me dice nada, me aburre, de las lecturas no me entero, la homilía es un rollo… los curas un desastre, la pederastia una lacra que nos ha marcado, la Iglesia a remolque de la realidad y sin dar respuesta ni acompañar a tantos que han buscado y han necesitado… muchos ven a la iglesia como inmóvil, desfasada, ocupada en defender su moral obsoleta, triste y aburrida. Por eso muchos dicen creer en Dios pero no en la Iglesia.
Al final queda mi relación personal con Jesús porque lo demás no me ayuda a que “arda mi corazón” como les pasó a los de Emaús cuando reconocieron a Jesús. Pero cualquiera experiencia puede ser buena para retomar lo que perdí por el camino y sobre todo reconocer que a pesar de nuestras sombras y tibiezas, en esta Iglesia habita el resucitado. Hay una frase de Machado muy bonita: “creí mi hogar apagado, revolví las ceniza… me quemé la mano”.