Pentecostés… siempre.

PENTECOSTÉS… SIEMPRE

Hechos 2,1-11
1 Cor. 12,2-13
Juan 20,19-23

Cincuenta dias después de la Resurrección, recordando el pacto de Dios con su pueblo, reunidos los discípulos, imagino pensando cómo seguir adelante con el Movimiento iniciado por Jesús.

Seguramente con mucho miedo y sin entenderse en la forma en como echar a andar de nuevo, ahora que Jesús no está. Pero saben que Jesús les prometió el Espíritu, su presencia y su fuerza. Tienen una fuerte experiencia difícil de describir. Algo debió suceder en el corazón de aquella gente, que luego Lucas para contarlo se sirve de fenómenos sensibles como el viento huracanado, lenguas como de fuego… para intentar narrar lo inenarrable: la irrupción de un Espíritu que les libraría del miedo que tenían y que les haría hablar con libertad para transmitir la buena noticia que había supuesto la muerte y resurrección de Jesús. ¡Jesús está vivo!

Recibido el espíritu, todos empiezan a hablar lenguas diferentes, pero se están entendiendo. A veces nos pasa que estamos hablando y no nos entendemos. Lo importarte que nos quieren transmitir con esta expresión es saber que el movimiento de Jesús nace abierto al mundo y a todos. Dios no quiere uniformidad sino pluralidad, no quiere confrontación sino diálogo y que todos pueden ser hermanos, nos podemos entender. El Espíritu Santo es políglota, polifónico, de concertación. Espíritu que pone de acuerdo a gente de puntos de vista distintos o maneras de ser diferentes. Nos tiene que unir la fe en mismo Dios. Donde hay unidad está Dios.

Pentecostés es las antípodas de Babel: a más lenguas no vino más confusión como en babel. El Espíritu unificó. Por eso decimos que Pentecostés es la nueva Babel.

¿Que pasó en BABEL?

Sencillamente que a la gente se le subió a la cabeza y perdieron el norte, quisieron sentirse tan importantes que quisieron hacer una Torre para escalar el cielo e invadir el área de lo divino. Quitar a Dios y ponerse ellos. El ser humano quiso ser como Dios. El ser humano antes lo intentó cuando el Paraíso a nivel de pareja y ahora a nivel político y económico. Querer ser lo dueños del mundo.

Pero el proyecto se frustró: Dios los confundió en miles de lenguas que fueron el mayor obstáculo para la convivencia y puerta para la ruptura humana. Ellos lo entendieron como un castigo divino. Pero Dios estaba por el pluralismo, aunque ellos se empeñaron en generar división y eso mismo los dispersó. Su soberbia los hizo enfrentarse entre ellos y fracasar.

Nuestro mundo actual esta rememorando aquel ambiente de la Torre de Babel: pluralidad de lenguas, culturas, ideas, estilos de vida… y el añadido de la intolerancia y la incomprensión.

¿Cómo convivir y entenderse ahora quienes tienen tantas diferencias? Hoy hemos vuelto a una realidad problemática en los países desarrollados: inmigrantes del campo a las ciudades, de otros países dejándolo todo por buscar días mejores, trabajo, hogar. A la desesperada cada vez son más los que salen de sus países tocando a la puerta de Europa y llegar a la otra orilla es la ilusión. Y cuando llegan, comienza otro calvario (si es que llegan): situarse al nivel medianamente digno y sentirse acogidos. Muchos se quedan en el camino.

Y volvemos a lo que los discípulos sintieron y vivieron en aquel Pentecostés. Supuso perder el miedo y nacer una comunidad libre como el viento fuerte, como fuego ardiendo, soñando con un mundo de hermanos donde todos tengan sitio y puedan sentarse en la mesa de la vida, tener un trabajo digno y una vivienda digna también. ¿Seremos los humanos capaces de un nuevo Pentecostés en nuestro mundo y acabar con la intolerancia y el racismo intransigente que todavía nos invade? Y los cristianos ¿de qué seremos capaces? ¿Cuando la humanidad se pondrá de acuerdo en algo? ¿cuando sentiremos al otro hermano y no enemigo que viene a quitarnos sitio y a competir? ¿Cuando sabremos que hay sitio para todos cuando estemos dispuestos a compartir?

Hay mucha gente gracias a Dios en la onda del Espiritu. La onda del espíritu es la unidad, no uniformidad, es diálogo, acuerdo para saber que Dios nos quiere iguales aunque distintos, plurales pero respetuosos y solidarios.

Es como el viento fuerte que sopla en nuestro interior y nos empuja a hacer siempre el bien. Y donde hay bondad está el espíritu del Señor y hay felicidad, aunque no falten los problemas.