Roma consagra al Padre Ángel como icono de la solidaridad de la Iglesia católica
(José Manuel Vidal).- Muerta la Madre Teresa, a la Iglesia católica no le quedan muchos grandes personajes de la solidaridad con reconocimiento social, político, mediático y eclesial. El Padre Ángel, fundador y presidente de Mensajeros de la Paz, es quizás el único que cumple todos los requisitos para convertirse en el icono de la solidaridad que necesita la Iglesia católica. Roma lo sabe y quiere lanzarlo a los altares solidarios de los «mensajeros de la misericordia de Dios entre los más desprotegidos», como dijo el Papa en plena audiencia en la Plaza de San Pedro.
No se pueden pedir más espaldarazos. Bendición del Papa, larga mención pública en la audiencia, recepción del Secretario de Estado en su palacio, misa privada para el grupo en el altar de Juan Pablo II, visita a la tumba de Pedro y audiencia con el cardenal Cañizares y con el embajador español ante la santa sede, Eduardo Gutiérrez Sáenz de Buruaga.
El fundador de Mensajeros de la Paz fue a Roma para celebrar los 50 años de Mensajeros y regresó con las bendiciones máximas para él y para su obra. La primera y más importante, la de Su Santidad.
En plena audiencia en la plaza de San Pedro, ante más de 10.000 peregrinos, resonó la voz del Papa en una mañana lluviosa: «Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los miembros de la Asociación Mensajeros de la Paz, que están celebrando las bodas de oro de su fundación, invitándolos a que, arraigados cada vez más en Cristo, continúen siendo mensajeros de la misericordia de Dios entre las personas más desprotegidas«.
El grupo de unas 40 personas que arropaba al Padre Ángel gritó emocionado. Era el sello papal definitivo a su obra y la consagración eclesial de su fundador. Después, el Padre Ángel, acompañado por Ángela, una de las niñas acogida en una de sus casas, y por María Rosario, la abuela de 105 años de una de sus residencias, besaron el anillo del pescador.
Todavía emocionado, el Padre Ángel vivió así aquel «mágico» momento: «Me acerqué casi temblando. El Papa nos sonrió y, al decirle el secretario quiénes éramos, se acercó a Ángela, la estrechó y la besó y, a continuación, casi se arrodilla ante María Rosario».
«Cuando me acerqué, apenas acerté a decirle: ‘Santidad, gracias por bendecirnos y por defender a los más desprotegidos. Le pido por los niños de Haití y rece también por nuestra España. Para que hagamos realidad un mundo mejor».
«El Papa sonrió, nos miró con mucha ternura y me dijo: ‘Siga trabajando así. Enhorabuena por los 50 años de su obra. Porque 50 años no son nada’. Me apretó con fuerza las manos, que besé varias veces y sentí en mi interior su confirmación en la fe».
En el altar de Juan Pablo II
Antes de la audiencia papal, el grupo de mensajeros tuvo el privilegio de poder asistir a la eucaristía celebrada en una basílica de san Pedro completamente vacía y en uno de sus lugares más emblemáticos: el altar de Juan Pablo II.
Una misa entrañable en las fuentes de la fe. Presidiendo, el Padre Ángel, arropado por su pequeño ‘cabildo’: los sacerdotes José Vicente García, Domingo Pérez, Julio Millán, Ricardo Fernández, José María Valero, el cura abuelo, y el diácono permanente Fernando Martínez .
Al ‘cabildo’ del Padre Ángel se unieron los curas «Mensajeros de la Paz en Roma», representados, en esta ocasión, por Lucio Ángel Vallejo, secretario de la prefectura de Asuntos Económicos de la Santa Sede, Juan Miguel Ferrer, subsecretario de Liturgia, y el padre Fortea, famoso exorcista de Alcalá, que se encuentra en Roma haciendo su tesis doctoral.
El evangelio del día enmarcó la eucaristía como anillo al dedo: «Los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos». Con un pasaje así y en un altar tan emblemático, el Padre Ángel quiso dar «las gracias a Dios y a la Iglesia a la que queremos tanto, asi como a los niños y a los mayores de Mensajeros de la Paz» y pidió para todos «la gracia de seguir creyendo en Dios y en los hombres».
A renglón seguido, pasó la palabra a las cortas intervenciones de sus curas. Ricardo Fernández dio las gracias por la labor samaritana y comprometida de Mensajeros. José Vicente García recordó que la tarea de Mensajeros siempre fue «hacer un mundo mejor desde el amor y la solidaridad». Julio Millán se centró en el Dios de la misericordia y aseguró que «Mensajeros es una bendición de Dios, la buena obra de la vida, la puerta estrecha».
Fernando Martínez, el diácono, alabó la valentía del Padre Ángel, «que no tuvo ni tiene miedo, para intentar convertir a la Iglesia en la casa de los marginados». Cerró el turno de las intervenciones, Domingo Pérez: «Este hombre inquieto nos contagió el amor a Dios y a la gente. Nos enseñó a llevar el amor de Dios a los más desfavorecidos».
Petros eni (Pedro está aquí)
Y tras la misa, el broche de oro de la visita a la cripta. Con un guía de excepción, como Lucio Ángel, ante el que se abrían todas las puertas como por arte de magia. El nuevo número dos de la Prefectura de Asuntos económicos, que huele a mitra muy cercana y al que todo el mundo augura una rápida carrera, lo tiene todo para llegar muy alto en el universo curial: joven, culto, preparado, con experiencia de gestión económica, en un puesto clave y con padrinos.
De su mano entramos en la cripta vaticana y vimos la parte que sólo ven los más privilegiados: el petros eni, el lugar donde está Pedro enterrado. Las fuentes o las raíces de la fe. Tocamos núcleo, piedra, Pedro y cadena de la fe ininterrumpida durante más de dos mil años.
Y de Pedro a sus sucesores más modernos. Con una parada especial ante la tumba de Pablo VI, el Papa favorito del Padre Ángel. «Al Papa con el que nacimos le pedí que nos bendijera y que nos hiciese más valientes para defender a los pobres y denunciar las injusticias que los oprimen y no los dejan vivir en paz y con dignidad», confiesa después de arrodillarse ante el Papa Montini.
En el palacio del cardenal Bertone
Y del núcleo de la fe al del poder eclesiástico. Por los pasillos interiores, un enviado del número dos de la Santa Sede nos condujo al despacho del cardenal Tarcisio Bertone. Pasamos ante la majestuosa escalera de Bernini, preciosos trampantojo, y subimos al primer piso del palacio apostólico, sede de la Secretaría de Estado.
Allí, en una preciosa sala roja , donde se reúne el consejo de ministros del Papa, esperamos un rato al cardenal salesiano. Primero vino a saludarnos la hermana Carmen Aparicio, monja de las capuchinas de la Madre del Divino Pastor, fundadas por el beato José Tous. La hermana Carmen es una ‘mensajera’ convencida en la sala de máquinas de la Curia. Natural de Zarzosa, se encontró en el grupo de mensajeros con Luis Javier San Millán, alcalde de Herrera de Pisuerga, un pueblo cercano al suyo, y besó, cariñosa, a María Rosario, la anciana centenaria, que también es de la misma zona de Palencia.
Al instante salió el cardenal Bertone. Afable , sonriente, encantador en las distancias cortas. Nada más verlo, se fundió en un abrazo sentido con el Padre Ángel, al que ya recibió en otra ocasión. En un acto informal, el fundador de Mensajeros le expresó la alegría de volver a verlo y le dio las gracias «por recibirnos un cardenal como usted que manda mucho y, sobre todo, por ser hijo de Don Bosco, el inspirador de nuestra obra».
-¡Ojalá, ojalá sea como Don Bosco!, respondió Bertone.
Para demostrar su devoción salesiana, el Padre Ángel le mostro al cardenal la reliquia de Don Bosco que lleva al cuello, en una medalla que le regaló el también salesiano y ya fallecido, cardenal Javierre. Una reliquia que Bertone examinó con sana envidia.
-Como Don Bosco y salvadas todas las distancias, a veces sufro por algún jerarca que no me tiene demasiada simpatía, dijo el Padre Ángel.
-Eso es ley de vida. Siga haciendo cosas, contestó el cardenal con una amplia sonrisa, que pidió hacerse fotos con todos los presentes. Y, por supuesto saludó efusivamente a la anciana Rosario y se admiró de sus 105 años tan bien llevados.
El purpurado, más alto y delgado en persona que en la tele, también felicitó a Mensajeros por la bendición papal que acabábamos de recibir. «El encuentro con el Santo Padre siempre es algo especial, que da fuerza y esperanza. Además, siempre tiene el corazón abierto a los niños y a los ancianos que son los destinatarios principales de vuestra solidaridad».
«Por eso, -prosiguió el cardenal-, podemos decir que sois ministros de salvación y doy gracias al Señor por los 50 años de Mensajeros e invoco la bendición del Señor sobre el Padre Ángel y su obra benemérita. Os saludo a todos y a vuestras familias y añado mi pequeña bendición a la del papa».
Y el cardenal nos bendijo. En el avión de vuelta a casa, cuando recuerda ese momento, el Padre Ángel confiesa: «En el instante de la bendición me pareció Don Bosco en persona. Es alto y guapo como él y transmite la misma bondad».
Tras le bendición, el Secretario de Estado nos regaló un rosario y fue saludando uno a uno a todos los presentes. Y hasta sostuvo a duras penas a Ángela, que se le subió al cuello sin pedirle permiso:
-¡Cómo pesas!, le dijo y le dio un beso.
Cuando se acerco a mi lado para saludarme, Lucio Ángel Vallejo bromeo:
-José Manuel Vidal un jornalista pericoloso.
-No tanto, eminencia. Intento ser honrado y veraz, virtudes que también aprendí con los salesianos que educaron a mis hijas.
-Entonces, seguro que ama la verdad y nos quiere a nosotros y a la Iglesia. Que Dios bendiga su trabajo profesional.
-Por cierto, eminencia, la reliquia de Don Bosco está recorriendo España.
-¿Y cuál está siendo la reacción de la gente?
-Todo un éxito, tanto a nivel popular como mediático.
-Me alegro que Don Bosco siga seduciendo a España.
Y se fue hacia la puerta de salida, sin parar de sonreír y de saludar a la gente. Y, al verlo de espaldas, parecía llevar encima todo el peso, el enorme peso de la maquinaria curial.
El embajador que nos lee a diario
El día antes, la bendición al Padre Ángel fue española en Roma y por partida doble. Por la mañana, recepción por todo lo alto en la embajada de España ante la Santa Sede, que regenta Eduardo Gutiérrez Sáenz de Buruaga, que nos recibió en el bello palacio de la embajada, junto a la condesa de Pinto, presidenta de Mensajeros de la Paz en Roma.
Allí, el Padre Ángel, tras agradecerle la recepción, le entregó la paloma de la paz de Mensajeros. El embajador, con enorme amabilidad agradeció nuestra presencia «en esta vuestra casa» y puso por las nubes romanas al Padre Ángel y su obra. Y, sin demasiados protocolos, nos acompañó en la visita guiada al extraordinario palacio: la sala noble, la habitación de los Reyes, los bustos de Bernini y hasta el niño mártir Lactancio, que se conserva en el altar de la capilla de la embajada.
En una de las salas nobles el Padre Ángel recordó:
-Aquí presentamos el libro de ‘Las Parábolas’ José Manuel y yo
-¿José Manuel Vidal, el director de Religion Digital?
-Sí, sí, este mismo que está ahí
-Pues sepa usted que le sigo de cerca y entro en Religion Digital a diario. ¡Hacen un excelente trabajo de información religiosa!
Con el pequeño Ratzinger
Por la tarde, recepción en el dicasterio de Culto divino y disciplina de los sacramentos, que dirige el cardenal valenciano Antonio Cañizares. Un encuentro lleno de cordialidad y de amistad, que suscitó emoción entre la gente. «¡Es pequeño, pero qué gran persona!«. Así definió al cardenal una trabajadora de Mensajeros, al final de la visita a la casa del ministro de Liturgia del Papa.
Entramos en un edificio sobrio y sumamente sencillo, que comparte con el dicasterio de la Causa de los Santos. Allí nos recibió un ayudante del cardenal, que nos hizo pasar a todos a una sencilla sala de conferencias, con una mesa alargada y estrecha para más de 40 personas.
La misma sencillez en el despacho del cardenal. Tanto que no parece el de un príncipe de la Iglesia. El único «lujo» que se ve en su dicasterio es un pequeño mural de Rupnik, a la entrada de una capillita.
Al rato llegó el cardenal. De clergyman, sin perder nunca la sonrisa y con cierto aire de timidez, se sentó en la presidencia de la mesa, acompañado por Lucio Ángel Vallejo y por el Padre Ángel, que le agradeció la acogida y el aval implícito a su promoción como icono de la solidaridad.
«Sois un signo de esperanza. Os volcáis con niños y ancianos. Estáis presentes en cualquier calamidad. Hacéis vida vuestro título: dais paz. Por todo eso, os doy las gracias», dijo, para empezar, el cardenal Cañizares.
Y añadió: «Venís precisamente dos días después de la clausura del Sínodo de la nueva evangelización, que tiene que ir acompañada de estos signos. Estáis llevando Evangelio. Por eso, doy gracias al Señor que ha suscitado esta grandísima obra».
En un tono ya más distendido, Cañizares recordó que conoció al Padre Ángel «hace muchos años, en sus comienzos, una vez que vino al Instituto de Pastoral de Madrid, a hablarnos de los inicios de su obra».
– Hoy, como el grano de mostaza, su obra ha crecido y se ha convertido en un árbol frondoso, en cuyas ramas anidan aves de paz, de esperanza y de consuelo, dijo el purpurado.
-¿Sabe que esa misma frase y esa comparación con el grano de mostaza me la hizo, hace 50 años, el cardenal Tarancón. Y la dejó escrita en una libreta, que era el libro de honor que teníamos entonces. Me llena de emoción que, 50 años después, otro cardenal como usted, al que tanto estimo y quiero, me diga lo mismo.
-Siempre estuve muy identificado con el cardenal Tarancón. Y sigo estándolo. Fue un gran cardenal e hizo muchas cosas que todavía se desconocen.
En una pausa de la conversación, que todos seguíamos con atención, el Padre Ángel le hizo entrega al cardenal Cañizares de la paloma de la Paz de Mensajeros:
-Le entregamos nuestro símbolo, como muestra de lo mucho que lo queremos y admiramos y para agradecerce lo que nos quiere.
– Gracias a vosotros por venir a verme. Es una gran alegría estar con todos vosotros y con mi amigo el Padre Ángel. Y gracias por la paloma.
-Ya tendrá varias.
-Sí, casi tengo un palomar, porque me la distes en Ávila y en mi querida Granada por el centro Oásis, una obra para ancianos con hijos discapacitados, algo único en su género.
-Bueno, se la copiamos nosotros en Moraleja.
-Pues, entonces, serán las dos únicas de este tipo en Europa.
Entre recuerdos, risas y bromas fue transcurriendo el encuentro.
En un clima tan distendido que el cardenal hasta se ofreció a responder a cualquier pregunta que se le quisiese hacer. El Padre Ángel aprovechó para decirle:
-No se olvide de España, donde se le admira y se le quiere un montón.
-No olvido a España nunca. Ni la dejo. No hay que olvidar las raíces.
Cañizares terminó felicitando a Mensajeros por sus 50 años («y que cumpla muchos más») y quiso despedirse de todos y cada uno de los presentes. Con mucho cariño y orgulloso de ser un ‘mensajero’ más en Roma. Un gran embajador de Mensajeros de la Paz ante el Papa. Un cardenal que valora, admira y promueve la obra del Padre Ángel y su figura de icono de la solidaridad.
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Artículo original en www.periodistadigital.com